Este fin de semana he tenido la oportunidad, y sobre todo la suerte, de asistir a un taller intensivo sobre Educación Cósmica Montessori. En Montessori, el estudio de las materias nunca se realiza de forma aislada a las demás, sino que engloba un todo donde cada parte hace su aportación e influye en el resto, igual que en la vida real. El «cosmos» se refiere a un sistema ordenado y armonioso cuyo antagónico sería el caos, de ahí que en el taller se tratara la educación cósmica como un punto de vista global (donde también hablamos del origen de la tierra y su evolución, en el que cada paso ha dado lugar al siguiente y, por lo tanto, tenemos en cuenta el todo, porque sin cada uno de ellos no estaríamos aquí hoy).

El curso fue impartido por dos grandes y maravillosas mujeres que conforman un tándem perfecto y por las que ahora siento una profunda admiración. Martha Graciela Morales, maestra de vida y guía montessori con más de 30 años de experiencia en todas las etapas del desarrollo del niño (formada por una discípula directa de María Montessori), y Matilde Gracia Martínez, también guía montessori, psicomotricista y especialista en técnicas psicocorporales para el desarrollo humano.

El taller resultó absolutamente interesante y enriquecedor, y además no fue para nada como yo me imaginaba. Es difícil de explicar, porque la mayoría de las experiencias fueron vivenciales, pero hubo una parte que me llamó especialmente la atención y por eso quería compartirla por aquí con vosotros. Hablamos (y ensayamos) sobre la esencia y la falsa personalidad de las personas que, generalmente, cargamos a nuestras espaldas durante toda la vida. Os cuento desde el principio.

La esencia

Cada uno de nosotros venimos al mundo con una esencia propia. Somos un ser con psique, vida y corazón a los que damos presencia con nuestro cuerpo. Esa esencia está dentro de nosotros desde el principio.

Personalidad y falsa personalidad

Nuestra esencia, nuestro ser, se manifiesta en el mundo a través de la personalidad. Sin embargo, cuando somos pequeños, adoptamos actitudes, roles y etiquetas para que nos quieran y para ser aceptados confomando así una «falsa personalidad» condicionada por la mirada de los demás y que nos aleja de nuestro verdadero ser.

Muchas veces esas actitudes o conductas nos vienen dadas directamente por las etiquetas que nos ponen, cuando nos dicen «es una niña muy buena», o «es un niño muy obediente», o «es muy tímido», «rebelde», «movido»… etc. Otras, sin embargo, las asumimos a través de situaciones, sensaciones o palabras no dichas. El caso es que, poco a poco, nos vamos tejiendo un disfraz que asumimos como propio y con el que nos acostumbramos a representar un determinado papel.

En el taller del fin de semana, cada uno de nosotros puso en palabras esos roles o actitudes que adoptamos de pequeños para ser aceptados. Decía Matilde que pueden ser varios, pero que generalmente hay dos o tres que nos marcan especialmente. Os invito a que hagáis el ejercicio mentalmente o a escribirlos en un papel. En mi caso es algo que siempre me ha rondado la cabeza de manera confusa pero el hecho de materializarlo en palabras y poder identificarlo tan claramente ayuda muchísimo, pues al tomar conciencia de ello y de concretarlo te coloca en otro lugar.

Una vez identificadas esas dos o tres actitudes, o etiquetas, o roles, ponemos también en palabras lo que para nosotros serían sus opuestos (y que cada persona define como contrario, no siempre para todo el mundo es el mismo). Bueno/malo, callado/ charlatán, obediente/desobediente, sonriente/triste…  y es entonces cuando descubrimos cómo en nuestra vida experimentamos una lucha interna por no ser ese opuesto.

Ahora bien, cuando entendemos que ambos lados forman parte de un todo (una persona puede ser a veces buena y a veces mala, a veces generosa y a veces egoísta, a veces responsable y a veces no), sin juicios, donde nada es bueno ni malo, nada es mejor ni peor, sino que todo eso son manifestaciones de un mismo ser, podemos abandonar la carga que portamos. Además, si descubrimos que alguna de esas etiquetas que nos acostumbramos a representar de pequeños nos hacen sentirnos cómodos y le ponemos conciencia, dejan de ser un peso para nosotros y se convierten en una elección.

Sin duda un ejercicio muy enriquecedor ¿no os parece? Para mí todo lo que sea autoconocimiento lo es. Como os decía, os invito a probarlo pues el hecho de convertirlo en algo prácticamente tangible nos otorga mucha más conciencia y una enorme libertad de elección. Además, y como decía la doctora Montessori, «La mejor preparación para guiar al niño es el estudio de uno mismo/a», así que el beneficio es doble 🙂

Evitar las etiquetas

Como veréis, es importantísimo no etiquetar ni catalogar los comportamientos y aspectos de las personas, especialmente cuando se trata de los niños (no sólo en voz alta, sino evitar siquiera pensar de esa manera), pues éstos les pueden condicionar sobremanera. Resulta igual de inoportuno encasillar a una persona de buena que de mala, de obediente que de desobediente, de risueña que de refunfuñona, pues estaremos limitando sus posibilidades y sometiendo de alguna forma a representar un papel que, seguro, no encajará con él en numerosas ocasiones.

Espero que os haya gustado y también ¡que se haya entendido bien!, que estas cosas a veces son difíciles de explicar.

Feliz semana.

2 comentarios

  1. Peluydani

    Muy muy muy interesante de verdad, además lo he leído creo en un momento necesario.

  2. Antigua lectora, primera vez que escribo. Creo que el problema con las etiquetas es que te las ponen los demás, la mayoría de la gente se siente insegura si no consigue encasillarte rapidamente y si uno intenta esconder su personalidad para evitar ser etiquetado acabará categorizado sin quererlo. Y muy probablemente bajo una etiqueta inferior a la propia que intenta ocultar.
    Enhorabuena por el blog!!

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