Dicen que la gran tarea pendiente del siglo XXI es aprender a gestionar las emociones.

Lo que más nos cuesta es aceptar ciertas emociones de las que pensamos que hay que deshacerse con urgencia sin permitirnos a veces estar tristes, enfadados o rabiosos, porque enseguida queremos tapar lo que no nos gusta, lo que está mal visto o lo que no se puede mostrar.

Otra de las cosas más difíciles es poner esas emociones en orden, darles un nombre, definir todo ese barullo de sentimientos y pensamientos que a veces se nos «hacen bola». No sé si os ha pasado alguna vez, que os sentís raros, que no sabéis muy bien qué es, que es por todo y por nada a la vez, por rabia, por frustración, por ira, por envidia… Sorprendentemente, cuando ponemos en orden todas esas ideas, el grado de frustración disminuye enormemente.

Recuerdo una vez, cuando era pequeña, tendría yo… ¿cuánto? ¿siete, ocho años? No lo sé bien. El caso es que una tarde estuvimos de visita en casa de mi abuela. Cuando ya nos íbamos, hubo una discusión entre «los mayores» y yo debí quedarme algo seria o callada porque, al regresar a casa, recuerdo perfectamente que, estando en la cocina, mi padre se agachó a mi altura y me dijo que no pasaba nada, que «los mayores» habían discutido pero que nada de aquello había sido por mi culpa y que no me preocupara. Recuerdo muy bien también la sensación que tuve en ese momento. Me sentí aliviada, liberada. Como si esas palabras me hubiesen quitado un peso de encima.

Verbalizar lo que sentimos

Cuando somos niños, somos mucho más emocionales, nuestro cerebro racional se está desarrollando y por eso es tan importante ayudar a los pequeños a ponerle nombre a las emociones. «Estás enfadado porque te has caído, ¿verdad?» o «Me parece que te has asustado con ese ruido tan fuerte». Puede que después de eso venga aún más llanto o más enfado, pero no importa, porque lo que realmente cuenta es que darle un nombre a esa emoción es sanador. Les alivia, les libera y les enseña a identificar sus sentimientos.

Me refiero especialmente a los niños pequeños. En el ejemplo anterior, con siete u ocho años, el cerebro racional estará mucho más desarrollado. Sin embargo, no sé muy bien por qué, cuando somos niños tendemos a pensar que lo que ocurre a nuestro alrededor es por culpa nuestra, aunque no hayamos hecho nada, aunque no tengamos nada que ver, aunque no sepamos bien lo que pasa. De todos modos, tanto en uno como en otro caso, es importante verbalizarlo.

Conectar primero con la emoción y después con la razón

Estoy leyendo un libro llamado «El cerebro del niño», donde se sugiere conectar primero con el cerebro emocional del niño pequeño y después con el racional. Me explico. Si tu hijo se enfada porque quiere un juguete y se pone a llorar o a gritar, te acercas a él y le dices primero «Estás enfadado ¿a que sí?» (conectas con su cerebro emocional, le das un nombre a su emoción) y luego pasas a explicarle por qué se siente así «Claro, estabas jugando con la pelota, la ha cogido tu hermano y te ha molestado ¿no?».

Puede que siga enfadado, pero es sorprendente lo bien que conectan contigo. Además, la mayoría de las veces se les pasa mucho antes y asimismo les estás ayudando a integrarlo, a entenderlo y a liberar su frustración. Yo lo estoy probando últimamente y ¡funciona! ¡Es increíble!

¡Feliz martes!

8 comentarios

  1. Qué forma más sencilla de explicar algo tan esencial. Aún sabiéndolo, a veces los adultos nos quedamos tan enganchados en patrones antiguos que nos cuesta acompañar los procesos de nuestros hijos. Así que no tengamos miedo de reconocer y poner nombre a nuestras propias emociones. Hay un libro que creo que te gustaría, explica a fondo ésta manera de acompañar a los peques, «Raising our children, raising ourselves» de Naomi Aldort (en español «Cómo educar sin gritos, amenazas ni castigos») Un saludo!
    Judith

  2. Genial el post, me ha encantado la sencillez con la que lo cuentas. La verdad que no somos conscientes de lo importante que son las emociones y su gestión en nuestro día a día. El adulto es el reflejo del niño, así que si les ayudamos a gestionar sus emociones, en el futuro tendrán un mayor control y se sentirán más satisfechos.
    Muchas gracias por compartir tus experiencias!

  3. Me encanta la visión que has dado! Voy a probarlo!
    Besos!

  4. Es verdad que nos cuesta Judith. Pero también es cierto que si te lo propones, poco a poco va saliendo.
    Ah, y muchas gracias por la recomendación. Me lo apunto.
    Un abrazo!

  5. Supongo que para mí es un trabajo de fondo, por eso considero tan importante acompañar a los niños, para que a ellos les resulte más sencillo, aprendan a identificarlo y sepan gestionarlo desde pequeños.
    Gracias a ti!

  6. Genial BuggyMama, ya me contarás qué tal!
    Un abrazo.

  7. Genial Celia. Estamos en el mismo camino… yo cuido mucho estas cosas con mis niños. Me ha encantado conocerte en Punto Mom… así… por ¿casualidad?… un besín!

  8. María Teresa Nieto

    Soy profesora de arte y suelo trabajar las emociones con mis alumnos de ocho años la conexión que hay entre el color y las emociones. Los niños de primero de primaria tienen aquí la oportunidad de expresar verbalmente cómo se sienten, cómo actúan. jugamos a participar en una prueba para actuar y se sienten muy gozosos de poder pasar al frente y poner cara de tristeza o cualquier otra emoción, mientras son aplaudidos por sus compañeros. Conocen que el miedo, el asombro, el disgusto, la ira, la tristeza, la felicidad y el amor se pueden representar con colores, los colores de las emociones y pintan caras llenas de trazos expresionistas, luego de haber contado, por ejemplo, «la vez que tuve más miedo»

Responder a Celia

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *