Desde que soy mamá me he vuelto más consciente de las cosas. Es como si antes hubiera estado dormida respecto a temas latentes que nunca terminaban de aflorar y por fin ahora empezara a despertar. Siento que por dentro estoy viviendo una auténtica revolución interna, un contínuo replanteamiento de mis bases. Algo así como volver a empezar, una nueva oportunidad.

Desde que soy mamá me siento mucho más comprometida con cambiar, con mejorar, con llegar a ser mejor persona porque supongo que, al igual que el resto de mamás y papás, queremos darle lo mejor a nuestros hijos.

Pero me pasa una cosa curiosa. Todos mis propósitos están enfocados a mi pequeña, en ser paciente y tolerante con ella, en ser respetuosa con sus acciones y emociones y en empatizar y hacerle llegar todo mi amor y protección. Entonces pienso ¿y por qué no traslado todo eso al resto de personas, a todo mi entorno? También a ellos les quiero y se lo merecen de igual modo ¿no? Mi pareja, mi familia, mis amigos… Creo que así puedo llegar a ser más feliz y a sentirme más satisfecha. Además, no solo importa la actitud que muestro hacia mi hija, sino también cómo ella percibe mi relación con los demás y con mi entorno.

Ayer leyendo uno de los libros de Rebeca Wild descubrí que «nada ni nadie puede sustituir la satisfacción de las necesidades fundamentales humanas». Son necesidades básicas del ser humano y, cuando no podemos satisfacerlas plenamente, buscamos sustitutivos y reforzamos nuestros mecanismos de defensa, de modo que nos acostumbramos a actuar de esta forma.

Según nuestra propia experiencia, nos vamos acostumbrando a hacer las cosas de un modo, buscamos esos sustitutivos para satisfacer engañosamente nuestras necesidades y entramos en un bucle que no tiene salida a no ser que tomemos conciencia de ello y decidamos cambiar esos patrones.

Nuestro auténtico plan interno, aquél que de verdad fomenta el desarrollo humano, consiste en crear relaciones humanas fluidas y armónicas.

A lo que me refiero, en definitiva, es a nuestra capacidad de amar a los demás, especialmente en su diferencia. Siempre podemos intentar mirar con los ojos del otro, ponernos en su piel y entender por qué hace las cosas de tal modo y cómo puede llegar a sentirse. Cada uno es parte de unas circunstancias, unas creencias, un entorno y un camino determinado y todo eso hay que tenerlo en cuenta. Sorprendentemente, la empatía nos permite suavizar las tensiones y hacernos llegar a acuerdos de una forma más amorosa y cercana al otro.

Por mi forma de ser, alguna vez me ha pasado que tal empatía me ha eclipsado en cuanto que por pensar en el otro me he olvidado de mí. Eso tampoco es saludable, lo ideal es encontrar el equilibrio. Y ese punto medio se llama asertividad. Es algo que he aprendido hace muy poco, pero ya os hablaré sobre esto más adelante.

De todas formas, una cosa es la teoría y otra poner todo esto en práctica. Sé muy bien que a veces no es fácil, pero siempre es mejor apuntar alto y confiar en que podemos hacerlo mejor. Poco a poco, van llegando los resultados.

Patrones aprendidos

Una parte muy arraigada en mí tiende a repetir todo a lo que estoy acostumbrada. A veces, como mamá, mi inercia me lleva a pensar o a actuar de forma pautada, repitiendo patrones aprendidos que, bajo reflexión, distan mucho de lo que pienso o lo que quiero para nuestra hija.

Pero es inevitable, nuestra propia experiencia, lo que hemos vivido y hemos sentido nos lleva a repetir esos modelos por equivocados que sean. De nuevo se hace necesaria una exploración interna, un trabajo de autoconciencia para encontrar todas esas normas y poder salirnos de nuestro propio molde.

Pensando sobre esto, me he dado cuenta de cómo reacciono igual ante las mismas situaciones. Parece algo evidente pero nunca antes me había parado a cuestionármelo. Curiosamente, descubro las consecuencias negativas de algunas de esas reacciones aprendidas y he decidido tomar conciencia de ellas una por una a ver si consigo entenderlas y empezar a cambiarlas.

La maternidad nos trae consigo la aparición de muchas sombras. Podemos ignorarlas, pero también podemos aprovechar esta oportunidad que se nos brinda para renacer.

Nuestra pequeña ha despertado en mí una auténtica revolución. A veces se me hace duro, pero me siento afortunada porque sé que todo esto me lleva a crecer, a un estado de mayor armonía, a ser más feliz.

2 comentarios

  1. Quién sabe si volveremos a tener una oportunidad tan grande para cambiar lo que venimos arrastrando desde niñas, para darle lo mejor a las nuestras y a todxs los que vengan después?
    Es duro, pero también hay éxitos muy grandes. Gracias por tu aportación. Ánimo mamis que os dejais fluir, en las luces y las sombras de la crianza…

  2. Gracias Judith. Hay épocas que nunca vuelven, así que hay que aprovecharlas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *