Antes de tomar una decisión, me gusta informarme. Investigar, leer, reflexionar y después decidir.

Estos días he estado leyendo «Dormir con tu bebé». Es interesante porque habla extensamente del tema pero tampoco imprescindible porque no cuenta nada que no se pueda encontrar en la red.

Lo cierto es que el colecho todavía hoy no está del todo aceptado por la mala publicidad que se le ha hecho. En las clases de preparación al parto, la matrona nos advirtió que ni se nos ocurriera meter a nuestro bebé en la cama, ¡podíamos aplastarlo! Entonces una mamá intervino y le confesó que ella solía hacerlo con su primer bebé y que era muy gratificante para ambos, pero el comentario no fue bien recibido y la mamá prefirió no hablar más del tema.

Yo ya había leído sobre el colecho en la red y quería darle una oportunidad. Sabía que sólo hay tres casos en los que puede existir peligro: cuando los progenitores son fumadores o estando bajo los efectos de drogas o alcohol y personas excesivamente obesas. Aparte de esto había leído recomendaciones como evitar el sofá (pues el bebé puede quedar atrapado entre los almohadones del mismo), emplear un colchón firme o adecuar el espacio para impedir que el bebé se caiga de la cama o quede atrapado entre ésta y la pared.

De todos modos, había una cosa más que me preocupaba: el edredón. ¿Y si al arroparnos el bebé queda bajo las sábanas y no me doy cuenta? Luego la práctica fue resolviendo mis dudas y me di cuenta de que, con responsabilidad, todo es mucho más natural y fácil que en la teoría. En mi caso, me gusta colocar su cabezita un poco más arriba, conmigo, y así controlar hasta dónde queda arropada.

Además, bajo nuestra experiencia los beneficios son muchos; ante cualquier movimiento del bebé estoy al lado para lo que haga falta (duermo profundamente pero al mismo tiempo estoy alerta), fomenta la relación familiar y la confianza del bebé, es muy cómodo para dar el pecho por la noche y, sobre todo, para nosotros, ¡es una experiencia fantástica!

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