La verdad es que últimamente leo mucho menos. Como aprovecho algunos ratos por la noche, cuando nuestra pequeña se duerme, para escribir en el blog o mirar el correo, he dejado la lectura un poco de lado (me refiero a lo que yo llamo la «lectura física» no a la lectura de artículos y post, que también, sino a leer libros). Leo, pero menos. Y lo hecho de menos. Por una parte, porque me gusta leer y además porque, en un ataque de «melollevotodo», hace unos meses me compré varios libros de Rebeca Wild y Laura Gutman que tengo a medias y me apetece terminar.

Porque la maternidad es un contínuo aprendizaje, cada etapa del desarrollo infantil tiene su aquél y leer me ayuda mucho, me resuelve muchas dudas y me permite entender sensaciones que tengo o enlazar pensamientos sueltos que revolotean en mi cabeza y que terminan cobrando sentido.

La verdad es que, en estos dos últimos años, reconozco que me he vuelto un poco «monotemática» con la lectura. Básicamente, libros sobre crianza y educación (algunos de ellos de los que os he hablado en la sección de Libros para papás del blog) aunque, si leyera más, seguro que se colaría alguno de teatro o de Almudena Grandes, por ejemplo.

Pero me pasa una cosa curiosa. Después de leer algunos de estos libros sobre el desarrollo infantil, me da por observar atentamente todo lo que ocurre a mi alrededor (como cuando cayó en mis manos, hace años, «La comunicación no verbal», de Flora Davis, y estuve un tiempo mirando a todo el mundo y fijándome en el lenguaje que emitían con su cuerpo). No sé si es una forma de afianzar conocimientos reincidiendo sobre las palabras leídas o por simple defecto. Observo a los niños, a otros papás, a mi familia, a mi hija y a mi entorno en general. Y, por supuesto, también mi forma de reaccionar, claro. No puedo evitarlo, es como si cayeran en mis manos los ingredientes de una fórmula secreta y, como buena científica, repitiera ensayo error hasta dar con la clave y poder pasar después a la siguiente fase.

La verdad es que, hasta la fecha, la mayoría de las veces llego a la misma conclusión. Cada vez con una forma diferente, pero la misma ensencia al fin y al cabo. Y es que, en nuestra sociedad en general, los niños son unos grandes incomprendidos. ¡No los escuchamos! Casi siempre es cuestión de algo sobre lo que nosotros mismos estamos interfiriendo o proyectando o de lo que no nos estamos damos cuenta. Porque, muchas veces, pensamos antes en nosotros que en ellos. Y no creo que sea cuestión de que los niños sean «los reyes del mambo», sino de que nos equiparemos unos a otros, buscando la empatía y el equilibrio. No digo que sea fácil, pero también es cierto que a día de hoy vivimos en un ambiente todavía demasiado «intoxicado» y hay mucho que limpiar.

Cuando termine los libros que tengo pendientes, que no prometo que sea pronto porque al final siempre me enredo, para qué nos vamos a engañar, procuraré resumirlos y escribiros sobre ellos. La mayoría los subrayaría enteros, ¡todo me parece importante!, pero intentaré sintetizar.
Ya estamos de vuelta. ¡Feliz miércoles!

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