Jugando a imitarnos

Jugando a imitarnos

A mi hija le encanta jugar a «los personajes». El otro día nos intercambiamos los papeles y a mí me tocó hacer de ella y a ella de mí. Cogió un teléfono de juguete y me dijo que le preguntase si quería jugar con ella, así que yo le dije «Mamá, ¿jugamos?», a lo que me respondió «No puedo, estoy hablando, hija».

Me quedé a cuadros. Me hizo mucha gracia pero al mismo tiempo me sorprendió un montón. «¿Acaso yo hablo tanto por teléfono?», pensé. Tendré que planteármelo.

Hace tiempo, a veces su padre y yo jugábamos a imitarnos, en plan broma. Era como hacer una caricatura del otro y la verdad es que nos moríamos de la risa. Sin embargo, al mismo tiempo, era una forma divertida de ver nuestros propios defectos y de tomar conciencia de ellos. Algo así como decirle al otro lo que no te gusta o te molesta de él, pero sin herirle.

Por eso el otro día, cuando jugaba con mi pequeña, pensé que era una buena forma de averiguar cómo nos ve ella o cómo se siente en determinadas situaciones. De modo que ahora, cuando me toca «hacer de hija», aprovecho para preguntarle a través del juego cuestiones que pienso que de otra forma no sabría responderme, como por ejemplo cómo se siente cuando tengo al bebé en brazos y cosas así.

De hecho, últimamente, escuchándola jugar me doy cuenta de cosas que yo misma digo y de las que no siempre me siento orgullosa. Está claro que nuestros hijos son nuestro mejor espejo, un lugar donde poder verse reflejado y aprovechar para mejorar (nunca desde la culpa, sino siempre desde el deseo de hacer las cosas un poco mejor).

Reconozco que una de mis tareas pendientes es aprender a reírme más de mí misma y a tomarme ciertas cosas con más humor, pero eso de jugar a imitarnos siempre me ha parecido divertido y catártico. Me ayuda mucho.

Podéis probarlo, y me contáis.

¡Feliz martes!

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