No soy nada de campo, nunca lo he sido. O eso creo. Pero hace ya unos años, leyendo a Rebeca Wild hablar sobre «los sustitutivos», empezó a picarme la espinita de ver crecer a mis hijos en un entorno más amable.

En aquel momento eran sólo suposiciones imposibles. ¿Mudarnos? ¿Vivir lejos? ¿Y la familia, el trabajo, los amigos? Reconozco que nos parecía todo muy lejano y ajeno aunque, en el fondo, algo se nos empezaba a remover por dentro.

Una escuela Montessori

Pasaba el tiempo e incluso, llegado el momento de optar por escolarizar, nos habíamos decidido por el colegio Waldorf de Aravaca (que encima nos pillaba lejos y a mí no convencía del todo la entrevista que habíamos tenido con la que iba a ser la profe de Elena) cuando, casi por casualidad, se cruzó en nuestras vidas una familia y un proyecto maravilloso. Se me ponen los pelos de punta al recordarlo. De repente, las piezas del puzzle comenzaron a encajar y todo empezó a coger forma muy rápido.

Aun sin tener un espacio definido, sentimos que esa escuelita Montessori era para nosotros. Enseguida encontramos una casa cerca, en un pueblo que además conocíamos y que nos encajaba perfectamente. Coincidió que nos encontramos con facilidades respecto a nuestra antigua casa y, casi de un día para otro, el mundo entero se volvió favorable al cambio así que no pudimos desaprovechar la oportunidad que se nos ofrecía en bandeja. De verdad que fue curioso cómo de la noche a la mañana la vida le dio la vuelta a la tortilla y nos regaló eso que habíamos estado proyectando durante tanto tiempo.

Vivir en el campo

Por qué me gusta vivir lejos de la ciudad


Llevamos ya más de un año aquí y no podría deciros más que cosas buenas. Salvo quizás la pereza en algunas ocasiones para bajar al centro de Madrid (que me sigue gustando y donde me muevo más o menos a menudo), el resto son todo ventajas.

El entorno es rural total. De camino al cole solemos ver vacas, caballos, conejos, ovejas y a veces incluso algún rapaz.

La vida aquí es infinítamente más tranquila. Recuerdo una mañana en primavera, aproximadamente unos seis meses después de mudarnos, que cogí el metro para moverme por el centro y de pronto me sentí extraña. Noté claramente las prisas y el correr de la multitud por no perder un minuto y coger el siguiente tren, y me sorprendí a mí misma observándolo tan claramente desde fuera cuando, años atrás, había sido mi rutina diaria durante mucho tiempo. Me sentí desubicada e incluso bloqueada, y entendí lo rápido que nos acostumbramos al estrés de la ciudad y a asumirlo como algo normal cuando en realidad no lo es. También reconozco que no me ha vuelto a pasar y que, como os digo, me sigue gustando mucho el centro. Pero ahora es distinto. Ahora «eso» es la excepción porque, después, vuelvo a casa y respiro hondo.

Vivimos en un pueblo más o menos grande. Habrá cerca de dos mil habitantes, pero ni siquiera tenemos supermercado. Al principio es raro, es raro no tener todo a mano y a tu entera disposición, pero enseguida te haces y entonces todo cobra un sentido diferente.

Me gusta mucho el ritmo. Me gusta poder sentir tan claramente los cambios de las estaciones y mirar los centenares de estrellas que se ven en el cielo en las noches de invierno. Me gusta tener una casa con patio. Me gusta el olor a leña y ver correr a los niños por el campo. Me gusta su curiosidad por los bichos y la tranquilidad de las calles. Me gusta sacudir las migas del mantel afuera y ver crecer el musgo en las rocas después de la lluvia. Y también me gusta mucho nuestra nueva y ajetreada vida social que, paradójicamente y aunque no os lo creáis, es mucho mayor que antes (y que igual ahora que lo digo en voz alta de repente cambia, estas cosas que pasan jajaja).

En la sierra oeste hay un montón de familias que también optaron por una educación alternativa y un entorno más natural para la crianza, así que es muy fácil crear lazos y relaciones con padres de niños en edades similares o intereses comunes.

No sabría deciros si esto es algo medianamente temporal o si terminaré por hartarme, lo que sí sé es que ahora estoy disfrutando como una enana. Y eso que no soy de campo. ¿Alguno más en la sala?

¡Feliz miércoles!

10 comentarios

  1. Beatriz

    Si ya llevo tiempo queriendo ser tu vecina, con esto ya me entran las prisas y todos los males por no estar allí ya… Espero que pronto se nos coloquen a nosotros las piezas también y sacudamos las migas de los manteles en nuestro jardín. Gran decisión, familia bonita <3

  2. No sabía que vivías en un pueblo! Yo soy de pueblo de toda la vida, de hecho aún vivimos en él (también tiene dos mil habitantes pelados), y aunque hemos dado alguna que otra vuelta, siempre tuve claro que cuando tuviese niñas volvería aquí. No puedo estar más encantada con la decisión… Aquí el ritmo es otro, y eso mis hijas con el tiempo lo agradecerán. Un besito, guapa!

  3. Suscribo todas las emociones que describes. Yo quiero vivir en entre los cerros y la playa, donde está mi ranchito. Afortunadamente, cada día estoy un poco más cerca de cumplir con éste proyecto. Saludos!

  4. Patricia Vera

    Yo vivo en un pueblo de dos mil habitantes cerca de una pequeña ciudad. Aunque para hacer la compra nos desplazamos, cada vez pasamos más tiempo en el pueblo y menos en la ciudad. Es cierto que hay bastantes coches porque es pueblo dormitorio, pero los niños corretean en la calle con cierta seguridad. Hoy por hoy no lo cambio por nada.

  5. yo no vengo de una gran ciudad aunque he vivido un par de anyos en madrid y estaba convencida de que la vida en madrid era perfecta. pero tal vez como soltera. después todo llegô seguido y bueno nosotros no vivimos ni en un pueblo porque vivimos en la montanya pero estoy muy contenta de la elecciôn y por nada cambiarîa…

  6. Teresa

    Esto es algo que he hablado muchas veces con unos amigos, fantaseando, sobre irnos juntos a vivir al campo.
    Tanto mi marido como yo somos de fuera de Madrid, y de sitios de playa tranquilos, y tenemos dos niñas. A mi me encantaba vivir en el centro de Madrid, pero cuando nació la primera, vimos que eso no era vida para ella, así es que nos mudamos a un barrio residencial. Estamos contentos, está cerca de trabajo y no tiene nada que ver con la vorágine del centro, pero yo no dejo de pensar que no es la infancia que tuvimos nosotros.
    La única pega, nosotros trabajamos los dos en sendas empresas, y no contemplamos por el momento dejar nuestros trabajos. ¿Cuánto tardaríamos en ir a trabajar cada día? ¿Cuánto tiempo de nuestras vidas perderíamos en desplazamientos? Tenemos amigos que viven más o menos alejados del centro y se pasan dos horas al día en el coche, si no más.
    Irse fuera me parece una opción genial siempre que no tengas que ir a diario a trabajar a Madrid.
    Un beso

  7. Yo soy muy de ciudad, pero las prisas nos (me) comen. No sé si sabría vivir fuera de Madrid pero mi marido cada vez lo ve más claro. Si algún día damos el paso espero que suponga la misma alegría y sosiego con el que parece que tú has hecho el cambio. Enhorabuena, de verdad.

  8. La verdad es que quien sabe encontrarse consigo mismo ajeno al ruido y al ritmo de la ciudad, encuentra la paz más absoluta viviendo en un entorno natural. Eso les llega a nuestros hijos y esa tranquilidad les repercute de forma positiva. Afortunadas las que vivís así sabiendo apreciarlo y disfrutarlo.

  9. Ha sido leer tu post y que nos entren unas ganas increíbles de irnos a vivir lejos. ¡Tú si que sabes! Gracias por explicarnos tu experiencia Celia 🙂
    Un abrazote,
    Mr.Wonderful

  10. Azucena

    Necesito aliento.
    Nos hemos mudado a un pueblo y estoy triste, nada me gusta.
    Cambiamos un piso de 70m. por un chalet de mas de 200m. con patio, garaje, una preciosa buardilla…, pero no estoy feliz. Creí que nuestra niña se criaría mejor aquí y nuestra calidad de vida sería excelente pero de momento nada es así.
    Queda a 48km. de la ciudad pero no tiene cubiertos muchos servicios;e l pediatra en el pueblo de al lado lo que me ha obligado a comprar un segundo coche porque si mi niña enferma aquí no la atienden, la oficina de Correos sólo atiende de 9 a 10:30, la guardería es privada, la calefacción en invierno nos va a costar un dineral de consumo, nos comen las moscas, antes sólo con ir a jugar al parque mi niña pasaba una tarde fantástica, aquí el parque esta vacío no hay niños y la panadería más cercana la tengo a 10 min. andando, solo una compañía de tlf tiene cobertura…
    Sé que me direis que debía haber valorado todo esto antes de dar el paso y lo hice porque pasé mi infancia y juventud en mi pueblo pero el médico era para todos y jugábamos en la calle, pero aquí no conocemos a nadie y la situación me deprime. Añoro mi barrio, tenerlo todo a mano y ver gente con solo asomarme a la ventana.
    Mi marido dice que me dé tiempo pero cada contratiempo que me encuentro me lo hace mas difícil.
    Espero dentro de un tiempo recordar el comienzo y reírme…

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